EL PUEBLO DE GAZA

El pueblo de Gaza y el derecho a la existencia del estado de Israel
por Lorenzo Peña


A poco de acabar la guerra de los seis días de junio de 1967, la redacción de Vanguardia Obrera --el periódico de la organización clandestina en la cual militaba yo entonces-- estuvo debatiendo el contenido de un artículo que escribí sobre ese conflicto. En él criticaba a quienes defienden el derecho a la existencia del estado de Israel. Invito a los historiadores a buscar ese artículo, que se publicaría efectivamente en las páginas de ese órgano de expresión, bajo alguno de mis seudónimos de entonces (posiblemente el de «E. Zújar»), aunque descafeinado, porque mis tesis parecían demasiado fuertes.

Del contenido esencial del argumento que entonces desarrollé me acuerdo perfectamente 42 años después. Luego lo retomé en un ensayo escrito en abril de 2002 (publicado en mi págª ESPAÑA ROJA, siendo consultable en eroj.org), aunque con las enormes diferencias que median entre la perspectiva de un militante revolucionario y la de un reformismo social que viene caracterizando mis enfoques desde hace decenios.

En esencia se trata de esto: ¿se justifica la existencia del estado de Israel por lo que luego se ha llamado «el holocausto» (o sea la masacre, perpetrada por Alemania, de muchos habitantes de Europa de origen o religión israelita)? Entonces la tierra que habría que reclamar para asentar ese estado sería una parte del territorio alemán, o tal vez todo él. Si otros estados europeos o atlánticos son tan generosos que están dispuestos a donar territorio, ¡que sea en ese conjunto de tierras! Tierras fértiles, de la zona templada, donde se producen --en términos bíblicos-- leche y miel, donde hay fábricas, vías de comunicación, tendidos eléctricos modernos. Sus habitantes no tienen más que largarse, dejar el campo libre. Podíamos pensar en Baviera, Renania, Meclemburgo, Sajonia; y, dado el colaboracionismo del gobierno francés de la época, tal vez barajaríamos las opciones de la Alsacia-Lorena, Borgoña, Champaña; o, mejor aún, la Isla de Francia (región parisina).

La evacuación de sus actuales habitantes no causaría tanto males como causó la fechoría del colonialismo inglés, quien, habiéndose adueñado en 1919 de Mesopotamia y la Siria meridional (concepto geográfico de la época) --junto con Egipto y parte de Arabia-- impuso en Palestina (1920-48) una política de creación de un estado israelita (bajo el rótulo de «un hogar nacional judío»), infligiendo a la población autóctona una colonización masiva de europeos que decían ser de ese origen y a los que, por la fuerza de la ocupación militar, entregó el poder y buena parte de las tierras, desposeyendo a sus habitantes.

Al iniciarse la dominación colonial británica no había en Palestina más israelitas que algunos árabes que habían preservado la fé mosaica y un puñado de emigrantes europeos cuyo sionismo no tenía necesariamente carácter político (e.d. no iba forzosamente encaminado a la creación de un estado étnicamente hebreo).

Al cesar el mandato británico en 1948, agolpáronse centenares de miles de refugiados palestinos en la minúscula franja de Gaza y en otras zonas colindantes con el territorio del artificial «estado de Israel» impuesto entonces por la ONU (sin derecho alguno, violando flagrantemente la Carta de las Naciones Unidas). En aquel año fatídico las matanzas y la limpieza étnica de los recién desembarcados guerreros sionistas causaron ese éxodo, cuyo resultado sigue ahí todavía hoy.

Los palestinos refugiados en Gaza cayeron bajo el poder de Israel en la guerra de 1956 (hasta ese momento la franja estaba anexionada al Egipto nasseriano). Forzada por la lucha de los gazahuitas la ONU obligó a Israel a evacuar Gaza (tras haber causado una enorme mortandad y dejar tras de sí un amargo recuerdo).

Dos lustros después volvió la franja a ser ocupada por el mismo ejército de Israel, ahora mejor armado y pertrechado. La ocupación va a durar, en parte, hasta hoy, aunque, en parte también, se interrumpe en 1994 (aplicación parcial del acuerdo de Oslo de septiembre de 1993) y en 2005 (evacuación de las zonas pobladas de la franja el 12 de septiembre de ese año).

Nunca ha sido completa la retirada del ejército israelí (¿habría que decir israelita dada la auto-caracterización étnica de ese pseudo-estado?). Las autoridades militares ocupantes han mantenido siempre bajo su control militar las áreas fronterizas, la salida al mar, el puerto y el espacio aéreo, convirtiendo así a Gaza en el mayor campo de concentración del mundo.

En enero de 2006 --cuatro meses después de la retirada israelí-- el Hamás ganó las elecciones parlamentarias en todo el territorio palestino (donde los ocupantes sionistas lo permitieron). Todo el occidente secundó a Israel para decretar el embargo al pueblo palestino en castigo por haber votado como no se debía. Catorce meses antes habían matado a Yasir Arafat en un hospital militar en París --el 11 de noviembre de 2004 (¿escogieron esa fecha por azar?). Espoleado a ello por sus nuevos protectores, el traidor presidente palestino, Mahmud Abás (sucesor del difunto líder asesinado), dio un golpe de estado contra el gobierno parlamentario en junio de 2007. Desde entonces, está partido en dos jurisdicciones, no contiguas, el minúsculo territorio bajo autoridad palestina --unos cachicos de la Cisjordania y la partecica de la franja de Gaza evacuada por el ejército israelí o israelita--.

Hamás ha evolucionado: su desideratum de recuperar para el pueblo palestino toda la (ya exigua) tierra palestina ha ido quedando en el cajón de las formulaciones retóricas. Siguiendo los pasos del Fatáh, ha ido, en la práctica, adaptando su posición a un objetivo presuntamente realista: sin (todavía) renunciar nominalmente a esa ilusión, de hecho contentarse con recuperar, si fuera posible, el territorio perdido en 1967, consolidándose así como frontera la línea de alto el fuego de 1949. ¡Vano anhelo!

Llevado por ese nuevo pragmatismo, el Hamás suscribió una tregua, que Israel ha violado constantemente, al no levantar el bloqueo de la franja que permitiera vivir a la población. (El pretexto esgrimido por Israel es que no ha cesado el contrabando de armas por los túneles entre Gaza y el Sinaí egipcio --un chorritico de armamento ligero cuyo monto no llega a un millonésimo del arsenal que recibe cada día Israel proveniente de USA.)

Desbordado en la radicalidad nacionalista por una nueva formación más combativa, el Yihád, el Hamás rehusó una renovación de la tregua, aunque de hecho impidió al Yihád lanzar otra cosa que una simbólica salva de cohetuelos que solían caer en las arenas sin causar daños ni víctimas.

Israel ha respondido como se esperaba: una nueva devastación. No hay nada nuevo. Desde su creación, y ya desde antes, el maléfico objetivo sionista es el mismo: apoderarse de todo el territorio de la Palestina histórica (si no más) como un área de colonización euro-americana --partiendo en dos el espacio árabe, antes contiguo en el continente afro-asiático-- y arrojar de esa zona a las poblaciones autóctonas o exterminarlas.

¿Cuáles son los fines de esa política? ¿Religiosos, económicos, políticos, militares, mesiánicos, étnicos? ¿Es Satanás quien guía esas actuaciones? ¿Es un iluminado profeta del Altísimo? ¿Son meras maquinaciones para el predominio del gran capital financiero estadounidense o, en general, occidental? Cualesquiera que sean las explicaciones, lo que está claro es que el propósito es constante: primero se arrojó de su territorio a la mayoría de los palestinos; luego se los hostigó donde estaban para que emigrasen más lejos, a fin de despejar toda la Palestina del mandato inglés como territorio de colonización occidental. No han faltado matanzas para rematar ese acorralamiento. Desde luego en esa política ha habido retiradas tácticas, pero la firmeza del propósito ha sido constante. Y tampoco hay gran novedad en esos hechos. Muchas veces en la historia se han vivido situaciones parecidas, en las que tribus conquistadoras han diezmado o eliminado a poblaciones aborígenes para enseñorearse de su territorio. Hay algo nuevo bajo en Sol, pero las ambiciones imperiales y de conquista no lo son.

La nueva campaña militar no es una guerra. No lo es en el sentido usual de la palabra. Desde luego es una no-paz. Mas, cuando un bando tiene cien veces más bajas que el otro, es absolutamente inadecuada la palabra «guerra».

La crueldad de esta operación es un corolario de la del proyecto inicial, de la desposesión del territorio palestino bajo la colonización británica, de su entrega, manu militari, a unos colonos venidos de ultramar con el argumento de que, presuntamente, sus antepasados de 400 lustros atrás habían sido arrojados de esa tierra por el Imperio Romano. Antepasados que nadie puede probar y que, seguramente, son en buena medida imaginarios (al menos lo es el vínculo genético que se aduce). Una vez que se perpetra la primera atrocidad, las demás vienen concatenadas una tras otra, pues forman parte del mismo plan colonialista, del mismo proyecto de afianzar la supremacía atlántica mediante un pseudo-estado al servicio de Occidente.

No voy a añadir comentarios a los acontecimientos recientes, pues poco sería lo que tendría que agregar a lo que escribí hace siete años. Mi artículo de 2002 reflejaba mis propios titubeos, entre:

  1. El presunto realismo (todavía estaba vivo Arafat) de, resignándose a la injusta existencia del estado de Israel, aconsejar a los palestinos que se conformaran con un estadico bi-comarcal (lo que pudieran recuperar de la Cisjordania y la diminuta franja de Gaza) --sería un pseudo-estado inviable, en verdad simbólico, pero, al fin y al cabo, también Israel es un pseudo-estado (y en todo caso serviría de victoria emblemática o moral).

  2. Dado que tal perspectiva mínima se esfumaba más cada vez --al hacerla quimérica la intransigencia de Israel--, optar por una alternativa: aceptar que todo el territorio palestino fuera para Israel con la condición del derecho de retorno a los refugiados (con lo cual, en verdad, ese estado podría ser israelí pero dejaría de ser israelita, al menos a largo plazo).

Un síntoma de que mis propuestas tenían algún valor es que mi escrito --además de ser honestamente reproducido y citado por varias páginas de la red-- ha sido vulgar y desvergonzadamente plagiado, en vulneración de mis derechos de propiedad intelectual. Sin mencionar mi nombre como autor, lo han calcado, pegándolo a la traducción a nuestro idioma de un artículo de un tal Stephen R. Shalom («¿Cuáles son los orígenes modernos del conflicto israelí-palestino?»). Ha perpetrado ese ilícito civil un sitio argentino llamado «rodolfowalsh.org». [nota]

Dejando de lado tales peripecias (que el lector sabrá valorar), vuelvo a lo esencial. ¿Derecho a la existencia del estado de Israel? ¿Derecho a la existencia del imperio británico? ¿Derecho a la existencia del Gran Reich? ¿Derecho la la existencia de la Soberana Orden de Malta, con súbditos y todo? ¿Toda organización existente tiene derecho a existir? ¿También la mafia? ¿También la Cosa Nostra? ¿Qué derecho? ¿Moral, legal? ¿A costa de qué y a qué precio? ¿Incondicional? Invito a mis lectores a releer mis argumentos de 2002 (y a criticarme, porque mi artículo encerraba algunas oscilaciones y no estaba exento de ciertas inconsecuencias, aunque es difícil en este asunto aspirar a ser consecuentes). Y, desde esa reflexión, a posicionarse sobre la nueva empresa aniquiladora del ejército de Jehová.


Lorenzo Peña
Tres Cantos. 2009-01-19
El autor permite a todos reproducir y difundir íntegra y textualmente este escrito.









Ha sido imitado en la superchería por TeleSURtv.net y por , Rebelión, la cual ha rehusado mi demanda de cesar esa falsificación, restituyendo la verdad de los hechos. (No ha sido ése el único plagio que ha sufrido mi ensayo. También ha habido un ocurrente señor que ha calcado literalmente amplios extractos del mismo en un folleto, atribuyendo esas ideas a un tal Lorenzo Silva.)

Lorenzo Peña y Gonzalo

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Tras una turbulenta y amarga juventud consagrada a la clandestina lucha revolucionaria, mi carrera académica me ha conducido a obtener las 2 licenciaturas de Filosofía y Derecho y asimismo los 2 Doctorados respectivos (en Filosofía, Universidad de Lieja, 1979; en Derecho, Universidad Autónoma de Madrid, 2015). Soy también diplomado en Estudios Americanos; en cambio, si bien inicié (con éxito) la licenciatura en lingüística, no la culminé. Creador de la lógica gradualista, tras haberme dedicado a la metafísica y la filosofía del lenguaje, vengo consagrando los últimos 4 lustros a desarrollar una nueva lógica nomológica y aplicarla al Derecho: la lógica de las situaciones jurídicas, basada en la metafísica ontofántica que elaboré en los años 70 y 80. He sido profesor de las Universidades de Quito y León, Investigador visitante en Canberra e investigador científico del CSIC, habiendo sufrido la jubilación forzosa por edad en 2014 cuando había alcanzado el nivel máximo: Profesor de Investigación. Soy miembro del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.