Jacta alea est?
Consideraciones sobre la (por ahora) abortada secesión catalana
por Lorenzo Peña y Gonzalo
2017-11-01
Un viejo amigo y compañero de aventuras me envía la siguiente misiva:
- ¡ALEA JACTA EST! Hasta la victoria final siempre. ¡¡¡Viva la República Catalana!!! Ahora a por ellos (PP, PSOE y C's) en todo el resto de España para lograr la República Confederal Democrática y Social de todas las naciones y pueblos de España. El camino será largo o larguísimo, pero ya se ha emprendido. Salud y República a todas y todos.
Según Suetonio, el 10 de enero del año 49 aEC el político romano Gayo Julio César --líder del partido popular y, a la sazón, procónsul de las Galias-- cruzó ilegalmente el Rubicón, iniciando la guerra civil, tras haber presuntamente pronunciado esa exclamación. (Como tantas otras, la atribución es, sin lugar a dudas, apócrifa.)
Julio César aduce serios motivos para tal ruptura de la legalidad. Según su alegato, en Roma se había consumado el quebrantamiento del orden constitucional, teniendo que refugiarse en su campamento militar un tribuno y un extribuno de la plebe (Curión y Marco Antonio) y habiéndose impuesto de facto una supremacía personal de Pompeyo, ilícitamente exonerado del cumplimiento de sus obligaciones jurídicas, a la vez que robustecido con poderes extraconstitucionales.
No me incumbe aquí ni darle ni quitarle la razón a César. En cualquier caso, esa ruptura de la legalidad constitucional sólo la justificó el gran general y escritor porque --según su versión de los hechos-- ya estaba hecha trizas por sus adversarios.
Los secesionistas catalanes consumaron ya su ruptura de la legalidad constitucional desde hace mucho, especialmente con su ley de desconexión y después con la de desacatamiento de la normativa constitucional y la convocatoria de un plebiscito ilegal, prohibido por el Tribunal Constitucional.
El acto final ha sido la declaración de una presunta república catalana independiente el viernes 27 de octubre de 2017. La mayoría de la cámara parlamentaria de la Generalidad catalana que (tirando la piedra y escondiendo la mano) se ha pronunciado por ese acto sedicioso ha sido del 51'9%.
Cuando el canciller del Reich Adolfo Hitler leyó su discurso ante el Reichstag el 22 de marzo de 1933, afirmó que en las recién celebradas elecciones la abrumadora mayoría de los alemanes se habían pronunciado a favor de él. ¿La abrumadora mayoría? Dejando de lado las condiciones de la votación y del escrutinio, la coalición del partido nazi y sus socios había obtenido el 51'9% de los sufragios. Hay cifras curiosas en la historia.
¿Viene motivada la rebelión del separatismo catalán por un previo quebrantamiento del orden constitucional en España, por la persecución de los representantes del pueblo, por la imposición de leyes anticonstitucionales, por el establecimiento de facto de potestades contrarias a la Constitución y que hagan peligrar la vida y la integridad de los disidentes? De concurrir tales condiciones, podríamos pensar que sería lícita (siempre que además estuvieran presentes otros requisitos) una insurrección popular para derrocar al régimen inconstitucional (al grito --entonado por el afroporteño Gabino Ezeíza-- «¡Abajo la oligarquía! ¡Abajo el fraude verdugo! Que sometidos al yugo / tiránico nos tenía»).
Pero ¿es una tiranía el régimen borbónico que tenemos en España (con el cual yo anhelo acabar, restaurando la República de trabajadores de toda clase y la constitución del 9 de diciembre de 1931)? Las autoridades españolas ¿han implantado un poder anticonstitucional, han perpetrado una sistemática violación de las normas constitucionales? No lo creo ni nadie lo ha demostrado, ni siquiera aducido. Actúan, en lo esencial, en el marco de la vigente Constitución, la de 1978.
¿Es buena esa Constitución? Es, a mi juicio, deplorable. (V. mi reciente ensayo «No es la constitución la norma suprema»).
Pero, en primer lugar, cualesquiera que sean sus defectos de origen y de ejercicio (Dios sabe que los tiene en abundancia), está consagrada: (1º) por el consentimiento general de la población; y (2º) por el transcurso del tiempo (usucapión).
En segundo lugar --y sobre todo-- tal régimen constitucional ha instituido un sistema político que --en términos del Marx del 18 de Brumario de Luis Bonaparte-- podríamos caracterizar como bonapartista: un poder que se ubica en el conflicto de clases en posición de relativo equilibrio inestable, sin duda mucho más favorable a las clases altas, sin dejar de implementar una módica redistribución, demasiado generosamente denominada «estado del bienestar».
Desde luego como republicano que soy --y he sido toda mi vida, a partir del uso de razón--, deseo para mi Patria la República, no el bonapartismo. No cualquier república, sino la república unitaria de trabajadores de toda clase, la que instauró el pueblo español en 1931, en el ejercicio de su soberanía nacional.
¿Se quiere imaginar, en lugar de nuestra república, una ficticia, confederal, que una a «los pueblos y las naciones de España»? Tan imaginativa ensoñación suscita serias dificultades.
¿Cuáles son esos pueblos y esas naciones de España? ¿Qué determina que un grupo de habitantes de una parte de España constituya un pueblo o una nación? ¿Es lo mismo un pueblo que una nación?
¿Son pueblos y naciones de España la Sierra de Cazorla, el Bierzo, el Valle del Segura, la Vega de Pas, la Alcarria, el campo de Cartagena? ¿Galicia sí y Asturias no --a pesar del íntimo nexo galaico-astur? ¿Asturias sí y la Montaña no --a pesar del parentesco cántabro-astur? ¿Asturias sí y León no --a pesar de la unión histórica y cultura asturleonesa? ¿Tomaremos como «pueblos y naciones» las malhadadas «comunidades autónomas», esas creaturas artificiales de la transición y transacción borbónica de los años setenta, las 17 satrapías o taifas, muchas de ellas mero producto circunstancial de las conveniencias y los clientelismos?
Por otro lado el pueblo español ni quiere ni ha querido nunca un régimen federal, menos aún uno confederal, sencillamente porque le sienta como una camisa de fuerza en lugar de un traje de novio. Ninguna de nuestras asambleas nacionales constituyentes aprobó jamás un sistema federal (1810, 1837, 1869, 1873, 1931).
La única vez que se propuso fue en las cortes republicanas de 1873. Contrariamente a la equivocada leyenda, la I República española, proclamada el 11 de febrero de 1873, no fue federal. En esa fecha, a raíz de la abdicación de Amadeo de Saboya, se proclamó la República Española, punto. Es verdad que en la calurosa y larga jornada del 17 de julio del mismo año mi paisano Emilio Castelar redactó un proyecto de constitución federal que sometió a las cortes constituyentes (escasamente legítimas, al haber sido elegidas por una minoría del cuerpo electoral). Pero tal proyecto jamás se discutió ni, menos, se aprobó, ya que --a raíz del levantamiento cantonalista-- el propio Castelar se dio cuenta inmediatamente de lo funesto que era el régimen federal para España.
Sólo habrá república en 1931, cuando únicamente un exiguo puñado de recalcitrantes sigan aferrados a la rancia idea federal, cuya presencia en las Cortes republicanas no pasará de la anécdota, como la del partido mesocrático.
Hay que recordar que toda la tradición marxista estaba en contra del federalismo. Hoy tal tradición pertenece más al pasado que al presente; no tenemos que ajustar nuestras posiciones a lo que en tal tradición se haya favorecido o desfavorecido, pero conviene no olvidarlo para no caer en el mito de que el unitarismo es de derechas, olvidando también la tradición jacobina. («Hay en mis venas gotas de sangre jacobina».)
Anhelo la República. No confío en que triunfe por las urnas, ya que la actual Constitución ha bloqueado el sistema que tenemos de tal modo que resulta casi imposible un tránsito constitucional de monarquía a república. Pero raros son los cambios de constitución que han tenido lugar según los cauces constitucionales. Eso sí, únicamente será lícito buscar una salida extraconstitucional cuando concurran tres circunstancias:
- (1ª) que, habiendo conducido a una crisis del funcionamiento de las instituciones constitucionales las propias fuerzas en el poder, tales instituciones se encuentren encalladas;
- (2ª) que la gran masa de la población española haya comprendido y asumido la necesidad de una honda mutación de sistema constitucional;
- (3ª) que a favor de ese cambio se consiga un amplio consenso que abarque fuerzas de signo diverso y aun opuesto, incluidas fuerzas de las que integran el actual bloque de poder.
(Sólo habrá república cuando haya una derecha republicana.)
Tal razón me lleva a discrepar del eslogan «¡A por ellos (PP, PSOE y Cs)!». Plantear la acción política en esos términos, amigo/enemigo, es propio de Carl Schmitt. No se me oculta que la tradición marxista hizo de la lucha de clases el eje de su concepción; mas, si fuera ésa la referencia, ¿en qué están clasistamente agrupados PP-PSOE-Cs, de un lado, y PdeCat-IRC-PNV y sus adláteres del otro? ¿En qué PdeCat y PNV son menos oligárquicos, atlantistas, occidentalistas, anticomunistas? Es muy instructiva la genealogía de esos grupos separatistas, oriundos del carlismo, pasando por el regionalismo católico- conservador y atravesando un largo período de adhesión al franquismo (no en todos, ciertamente, pero sí en muchos de ellos).
En lo tocante, concretamente, a la camarilla de Puigdemont, sus íntimos vínculos con la ultraderecha neonazi flamenca, con la guarida de bandoleros de Kosovo, con Israel sobre todo --más de lejos con la racista y otaniana Letonia-- hacen de ella la fuerza más reaccionaria de España.
Ese «¡A por ellos!» entiendo que también va dirigido contra la sociedad civil catalana. Contra Francisco Frutos, exsecretario general del Partido Comunista de España (un dirigente comunista histórico, un comunista de verdad, un gran líder que fue traicionado por la envidia, el confusionismo y la ambición). Contra José Borrell, uno de los pocos dirigentes socialistas de postura netamente progresista y cuyo balance ministerial es positivo. Contra intelectuales como Juan Francisco Martín Seco (quien ha alertado de que, frente al poder de las multinacionales y de los organismos supranacionales que ellas controlan, la fragmentación de los Estados sólo puede redundar en el debilitamiento de la única contrafuerza posible en defensa de los débiles, la única que mantenga mecanismos de redistribución y ponga coto a la tiranía de los mercados y de los paraísos fiscales).
Imaginemos, no obstante, que se consumara la secesión catalana. (En las elecciones los secesionistas juegan con ventaja por la misma razón que los conservadores en toda España: el sistema de representación provincial que hace el voto de un gerundense o el de un ilerdense equivaler al de varios barceloneses, igual que el de un soriano equivale al de varios madrileños.)
¿Qué pasaría con esa secesión? ¿Se habría dado un paso adelante hacia una presunta República Confederal Democrática y Social de todas las naciones y pueblos de España? ¡Lejos de eso!
En primer lugar, lo que se tendría en el nordeste de España sería un estado ultrarreaccionario, racista, antiinmigrante, en maridaje endogámico con Israel, íntimo de los kosovares, de los racistas flamencos, amiguísimo de los bálticos, un estado occidentalista jusqu'à la garde, que muy posiblemente no tardaría en aplicar políticas de limpieza étnica y de discriminación lingüística contra la lengua mayoritaria en su territorio (que, con diferencia, es el español). (De hecho tales medidas discriminatorias ya las aplican ilegalmente desde hace años o decenios --ante la pasividad y el consentimiento de las autoridades españolas, que hacen dejación de sus obligaciones constitucionales.)
La experiencia nos enseña de qué tenor son los estados confetti surgidos en el centro y el Este de Europa a consecuencia del dictado de los vencedores en 1919 y del desmembramiento --tras la victoria occidental en la guerra fría-- de la URSS, Yugoslavia y Checoslovaquia. ¿Han surgido estados social y políticamente progresistas? ¡No! Todos ellos son antros de lo más fétido y repugnante del reaccionarismo, del racismo, a menudo de la ultraderecha.
¿Qué pasaría en el resto de España? ¿Avanzaría la causa progresista? Me temo que sucedería todo lo contrario. Verosímilmente surgiría, por primera vez desde 1975, un partido de masas de nostalgia franco-falangista, a la vez que se produciría una derechización, no sólo del PP, sino de la sociedad española en general. La perspectiva republicana, ya distante, se alejaría mucho más y quedaría perdida para, como mínimo, cuatro o cinco generaciones, quizá más.
Al margen de eso, ¿qué probabilidades habría de que, una vez consumada la secesión catalana, las autoridades de esa nueva entidad separada se avinieran a unirse con los demás «pueblos y naciones de España» en una unidad, siquiera confederal?
¡Vamos a ver! ¿Aprendemos algo de la historia o nada en absoluto? ¿Cómo se han producido las uniones de estados separados en una unidad, unitaria, federal o confederal? En siglos pasados, por enlaces dinásticos y por guerras. En tiempos recientes tales uniones se pueden contar con los dedos de una mano y han solido ser efímeras. La unión de Egipto y Siria en la República Árabe Unida duró tres años (1958-61). La unión de los dos Yémenes está por ver si se mantendrá, en medio de la terrible guerra civil e internacional que martiriza a ese desgraciado país. Han tenido lugar las reunificaciones de Alemania y de Vietnam, pero en ambos casos un lado y otro se identificaban en cuanto a su autocaracterización nacional.
Lo que no conozco es caso alguno de una parte desgajada de un Estado que se haya reunificado después con ese Estado, ni siquiera sobre una base confederal. Es fácil quebrar; difícil unir. Rota la Unión del Hindostán, cuando Inglaterra desgajó de la misma a los Pakistanes oriental (hoy Bangla Desh) y occidental, no ha podido reunificarse ni seguramente se reunificará nunca en los siglos próximos.
Por otro lado, ¿es que los secesionistas catalanes han expresado voluntad alguna de llegar un día a una unión --confederal u otra-- con el resto de España? Absolutamente para nada. Todo lo contrario. Quieren romper, cortar, apartarse y no volver a compartir nada con seres a quienes consideran inferiores.
El secesionismo catalán es hoy el principal factor de retroceso social y político, de reforzamiento de lo más reaccionario que hay en España.
Por último, he de instar a que se lea bien la manifestación del Presidente del gobierno de la República española, Dr. Juan Negrín, en 1938.
- El triunfo parlamentario logrado alivió poco la profunda desconfianza y severidad de juicio de Negrín hacia los líderes de los partidos autonomistas que estaban detrás de esas gestiones de paz por separado. Como le confesó a su confidente, Zugazagoitia, por aquellas mismas fechas: «No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: ¡España! No se puede consentir esta sorda y persistente campaña separatista, y tiene que ser cortada de raíz si se quiere que yo continúe siendo ministro de Defensa y dirigiendo la política del Gobierno, que es una política nacional. Nadie se interesa tanto como yo por las peculiaridades de su tierra nativa: amo entrañablemente todas las que se refieren a Canarias y no desprecio, sino que exalto, las que poseen otras regiones, pero por encima de todas esas peculiaridades, España. El que estorbe esa política nacional debe ser desplazado de su puesto. De otro modo, dejo el mío. Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco sin otra condición que la de que se desprendiese de alemanes e italianos. En punto a la integridad de España soy irreductible y la defenderé de los de afuera y de los de adentro. Mi posición es absoluta y no consiente disminución. (Dr. Juan Negrín, citado por Zugazagoitia. Tomado de la biografía de Enrique Moradiellos.)
No sólo se queja de las intrigas de paz por separado de los secesionistas vascos y catalanes buscando la mediación del imperialismo británico. Se queja, más en general, del secesionismo y afirma que, ante una amenaza de secesión, prefiere pasarle el poder a Franco. Para el Dr. Negrín la unidad de la Patria está por encima de los regímenes políticos. Él sabe de sobra qué es el fascismo; él es el león de la resistencia antifascista. Pero no ignora que peor que el fascismo es una división de España. Como si hiciera eco a la frase de José Calvo Sotelo («¡Antes una España roja que una España rota!»), para el Dr Negrín antes una España sojuzgada que una España desmembrada.
Gracias a Dios hoy no se nos plantea tal alternativa. Podemos hacer lo posible para frustrar la amenaza secesionista sin caer ni en el fascismo ni en ningún régimen totalitario. Lo que tenemos no nos gusta y nos esforzaremos por caminar hacia la restauración republicana, trabajando en el marco de los cauces legales y constitucionales, que son los que quiere la mayoría del pueblo español.
El mal mayor sería la ruptura de la unidad de España, del legado de 80 generaciones.
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